
A oscuras, esperando hallar a una mujer débil o pusilánime o desequilibrada, escucho los delicados pasos de alguien que se acerca. Son pasos miedosos e inciertos, sí, no sabe a dónde se dirige. Contará con voz huidiza que ha subido a un tranvía llamado Deseo, lo lleva anotado en un papelito, para arribar a la avenida de los Campos Elíseos. El deseo lo inundará todo, lo atravesará todo de norte a sur y de este a oeste en esta nueva tragedia griega, al igual que ese tranvía surca el barrio francés de Nueva Orleans.
Un tranvía llamado Deseo es un clásico teatral del sureño Tennessee Williams, en el que dibuja su propio mapa existencial de conflictos personales. Profundo y dramático, se desliza por un cauce de turbias emociones para desembocar finalmente en un remolino de desencuentros, mentiras y crueldades. Blanche DuBois (Blanca del Bosque) busca refugio en casa de su hermana menor Stella (Estrella) casada con Stanley, un hombre de origen polaco rudo, posesivo y violento. Blanche, mujer en extremo sensible y vulnerable, llega al modesto hogar de los Kowalski anhelando encontrar, en su delirio, la vida aristocrática de antaño en su casa familiar de Belle Rêve (Bello Sueño).
Ella ya no es tan joven ni tan bella como fue en el pasado e intentará enmascarar esa decadencia vital con ciertos aires de grandeza trasnochados y, qué detalle, la penumbra de un farolillo de papel. Por otro lado, huye de un episodio reciente que ocultará mientras pueda: ha sido expulsada del colegio donde era profesora por haber seducido a un alumno. El alcohol, callado cobijo, la va acompañando durante todo el trayecto.
A partir de aquí, las relaciones de Blanche, Stella y Stanley se cruzan en una y otra dirección hacia su fatum final, como los raíles del tranvía. Williams conoce íntimamente las entrañas del ser humano, sus frustraciones y sus pulsiones, y las muestra en carne viva. Vislumbro el desenlace. Algo se remueve dentro de mí al escuchar las definitivas e irremediables palabras de Blanche: “Siempre he confiado en la bondad de los desconocidos”. Última parada.