Escribían los romanos en sus estelas funerarias. ¿Pesará la tierra? Cuando asisto a un funeral, tras el rito del entierro siempre me hago esa pregunta retórica.

Sí, sé que el significado de la locución latina es metafórico. En la actualidad se ha perdido la vieja idea romántica de volver a la tierra, puesto que ya no se entierra en el sentido literal del verbo.

Al alejarme, vuelvo la vista atrás y compruebo que ahí queda un cuerpo que no hace tanto bullía de vida, reía y lloraba, amaba y odiaba, en medio de una noche eterna y un sonoro silencio mientras familiares, amigos y conocidos marchamos raudos hacia el otro mundo, el de los vivos.

Y permanecerá muy acompañado pero tan solo… Si hay un elemento que identifica el santuario de los muertos, la necrópolis, ese es la quietud, la calma frente al ruido y el bullicio que cortejan a los que aún palpitan.

El silencio perturba a los vivos, pienso a menudo, y sentimos cierto rechazo hacia él porque nos arroja a la soledad que, en definitiva, somos todos. Una soledad que persigue como una sombra.
Que la tierra te resulte ligera ahora, antes de alcanzar una vida mejor, podríamos añadir dotando a la expresión de cierta transcendencia.

Es decir, con la esperanza de que el difunto, cumplidor con sus tareas en la tierra, alcance otra vida en el más allá. Cada cultura asume el proceso de la muerte de manera diferente, lo que conlleva celebraciones de lo más diversas.

Estos días de noviembre, siguiendo otro paso del rito, muchos solemos visitar el camposanto de nuestro pueblo o ciudad y rendir tributo con flores, flores bellas, fotografías e incluso ofrendas de carácter alimenticio.

Son días para recordar a los que se fueron, momentos algo tristes pero a la par hermosos, que alivian el paso y el peso del tiempo.

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