Como cada año, en lugares como El Poyo del Cid o Cutanda, el pasado cobra vida. Las recreaciones del encuentro del Mío Cid o la batalla de Cutanda tienen lugar en estas localidades, donde no se trata solo de simples representaciones, sino que son ejercicios de memoria colectiva y de conexión con nuestras raíces. Lo verdaderamente admirable no está solo en la historia que reviven, sino en aquellos que la mantienen viva. Detrás de estos eventos hay asociaciones culturales, vecinales y personas comprometidas que dedican su tiempo, recursos y energía a dar continuidad a la identidad de estos pueblos. Sin embargo, muchas de este tipo de organizaciones se enfrentan a un enemigo silencioso: el desgaste generacional. El envejecimiento de sus miembros y la falta de renovación ponen en riesgo la continuidad de estas celebraciones. Es aquí donde el relevo generacional se convierte en una necesidad urgente. No como una amenaza al legado, sino como su motor de oxígeno. Nuevas generaciones con ideas frescas, nuevas herramientas y energías renovadas deben tomar el testigo. La tradición no está reñida con la innovación; al contrario, necesita de ella para sobrevivir. Este relevo, además, tiene paralelismos claros en otros ámbitos, especialmente en el político. Los escándalos de corrupción y el descrédito de las instituciones tradicionales han abierto paso a nuevas formaciones políticas y a una ciudadanía más crítica. La política también necesita aire fresco. No solo en edades, sino en ideas, valores y formas de hacer. La lección es clara: las instituciones —sean culturales, sociales o políticas— solo sobreviven si evolucionan. Y esa evolución pasa por abrir la puerta al cambio, dejar espacio a quienes vienen detrás y entender que ceder el paso no es renunciar, sino garantizar que lo construido no se derrumbe cuando falten los fundadores. Desde nuestras asociaciones locales hasta nuestros ayuntamientos, debemos fomentar el diálogo intergeneracional, la transferencia de conocimientos y la corresponsabilidad. Que los jóvenes no sean solo espectadores, sino protagonistas de la historia que estamos escribiendo hoy. Porque no hay mejor homenaje al pasado que construir un futuro donde lo aprendido no se pierda y donde las nuevas voces no solo sean escuchadas, sino necesarias.