
Un año más en vacaciones paseo y charro con mi tío Vicentín. El otrora prometedor lateral derecho de CF Calamocha, con el cual llegó a rozar la gloria una tarde de domingo en Soria frente al Numancia (ya lo contamos), es hoy en día una de las rutilantes estrellas que más brillan en el universo de la petanca zaragozana; y sigue sin reblar en su empeño por visitar el interior de la casa de la estación de tren de Calamocha donde se crió.
Habla de su padre, jefe de la estación, y se emociona, recordando hoy cómo la Guardia Civil le saludaba militarmente, y cómo esta pasaba constantemente por la estación en sus rondas. Recuerda la amistad con el Capitán y cómo cada vez que venía algún civil nuevo era menester tantearlo para saber de qué pie cojeaba y por dónde tirar.
“A diario pasaban, se fijaban en todo, y a escape veían cómo los conejos que teníamos no eran de corral, sino de monte. Guipabas el caño, te plantabas a esperarlos y en cuanto salían, mangazo y al saquillo”.
“Un día vino un guardia nuevo, con galones en los morros y pilló en plena faena a mi padre y su cuadrilla: el Tío Miércoles, el Tío Parrilla y el Señor del Poyo. Entretenidos todos, atrincherados, al acecho, a la espera de que el conejo asomase las orejas y cascarle. Y lo que les asomó fue un tricornio como dios manda. El recién llegao, con el culo pelao, no tardó en pedir su parte. Dejando a escape claro lo que ya sabían, no se podía cazar conejos. Además, para rematarlos, el gacho les señaló las conejeras” .
“Habrá que darle algún conejo al Caimán. Enseguida mi padre, como la máxima autoridad, al que fuera de los tres que osara decir semejante barbaridad, le soltó: Maño, estás tonto o qué. El que quiera peces que se moje el culo, conejos no sobra ninguno, ¡ni uno!, ya te lo digo yo. Somos muchos a repartir, luego llega la Virgen de Loreto o algún oficial de Valencia y dejamos al Ejército de Aviación sin paella. Una cosa es que un Capitán en confianza te pida un conejo de vez en cuando y otra que un cualquiera recién llegao se meta ande no le llaman. Y entonces mi padre tiró a dar y dijo: lo que sobran, con tanto ratón como hay en el Silo, son gatos”.
“Yo era un zagal, un escagazao, a la Guardia Civil le teníamos un respeto enorme. Pero ahí estaban mi padre y los demás tan campantes, a lo suyo, pensando en joderlo, ¡con la de conejos que tenían! En fin, eran ferroviarios y hecho una guerra y ganado sin querer. Sabían defenderse y ¡les iba la marcha! Echaron a sacar cuentas de los cuadrantes, se las sabían todas, los pájaros, y dijeron: el jueves volverá, ese día, lo aviamos, le espelatamos un gato” .
“Me acuerdo, como si fuera hoy, yo era un gabache y no pensaba que se atreverían, y, es más, no sé si hago bien en contártelo, me tiembla todo, no vaya a ser que aún viva aquel al que daban gato por liebre, venga a buscarme y me arree dos leches; verlo venir días después y preguntar por su conejo. Y mi padre como lo más normal del mundo, como el caballo de Espartero: Ahí lo tiene, en el cambio de agujas, joreándose, se lo lleve, y ya sabe, para cualquier cosa, estamos a la orden”.
“En adelante cuando se paraba a charrar, todo eran elogios al conejo de monte: carnoso y gordo, no había visto otro como aquel. A saber los que se comería por cuenta de los ferroviarios, ¡Buenos eran!”.
(De la Crónica de la Villa de Calamocha, martes 9 de septiembre de 2025).

