Óleo sobre lienzo

Mar 28, 2025

Los pocos domingos que estamos en Zaragoza
acudimos al rastro de antigüedades en la Plaza
San Bruno junto a La Seo. Últimamente se imponen
los cuadros, son modas, apenas hay libros
y son vulgares, con perdón, hay muchos libros
sobre todo antiguos, religiosos, pero no el Epitome
de San Roque. Libros que deberían estar en
un museo, ediciones baratas de Bestsellers a un
euro y muchas bolsas de congelar.
Me detengo frente a un montón de cuadros
desparramados por el suelo.

Un señor impecablemente
elegante, pregunta el precio de uno:
“Hombre ha ido usted a elegir el mejor, el más
caro del artista”. “¡Qué casualidad!, siempre me
pasa lo mismo, elijo lo más caro”. Y el vendedor
sigue y sigue alabando la pintura tirada en el
suelo sin dar cifra alguna, buscando entablar
una conversación imposible con el interesado,
quien deseándole un buen día se marcha.
Con los libros sucede igual. Todos son “ediciones
originales”, los protegen dentro de una bolsa
de congelar y en lugar de pedirte un euro, te
piden cinco. Da igual que en su día lo regalasen
con el periódico o en la caja de ahorros. No compro
nada.


Y nos marchamos a la exposición de la Lonja
en torno a la fotógrafa catalana Pilar Aymerich
y repasamos toda la Barcelona gris de lo que
se llama el tardo franquismo y transición tan
distinta a la de ahora cosmopolita y colorista.
Vermú en el Balcón del Tubo, unas bravas y un
bacalao con tomate serán lo mejor de la mañana
y de camino al bus compramos empanadas
argentinas en la calle Alfonso.
Por la tarde café en el Laurel en la calle Cádiz,
con Oscar Garces Olozagarre y su hija, quien
pasa las horas dibujando. Es el reencuentro después
de muchos años, un marcapasos, media
docena de bypass y una muerte de por medio.
Al final nos hicimos al ánimo y nos encontramos
de nuevo. Nos abrazamos, nos reímos y recordamos
sin dolor aquellos años de estudiantes
en la calle Latassa donde él iba y venía al piso
como uno más. José Manuel, que ya nos dejó.
Javier el Riojano a quien vi un par de veranos
atrás, hablamos por navidad, y el amigo Raúl,
con quien hablo a cualquier hora y que aquel día
andaba con su chico por el Pirineo. Cada año al
comienzo de curso Raúl me dice si tiene o no algún
alumno calamochino, y si lo tiene ya sabe
que nota debe ponerle.
Los meses de verano Oscar los pasa trabajando
en el hospital como celador, y dice haber
encontrado su vocación: ayudar a los demás.
Aunque eso todos lo sabíamos. Hace algún año,
cayó y se levantó después de seis bypass. Al salir
del hospital un amigo fotógrafo le hizo un retrato
icónico con una copa de vino mostrando las
cicatrices: “El renacer”, se llamó y estuvo expuesta.
Sigue con los encargos como publicista,
diseña etiquetas de vinos, logos y muchas otras
cosas.
Nos ha traído tres cuadros que le compramos
gracias a que ya no le quedaban amigos a los
que sablear. Como todo artista que se precie, no
es muy prolífico. “Nos vendría bien a tus amigos
que te atropellara un tranvía en la Plaza España
y tu obra se revalorizase” Ha sido inevitable
recordar a José Manuel y pensamos en acercarnos
un día al cementerio de Ariño a charrar de
aquellos años en los que Oscar quería haber estudiado
Bellas Artes en Salamanca y no pudo,
lo cual para nosotros fue una suerte, al estudiar
Geografía e Historia pudimos conocernos. A
dios gracias, a mí tampoco me admitieron en
Empresariales. Solo José Manuel parecía tener
claro lo que quería ser en esta vida que tan ingratamente
se portó con él. Cuando cayó en el
Pirineo, no se pudo levantar, faltándole la suerte
que nosotros tuvimos.


Oscar dice que ahora estudiaría enfermería.
Pero el de Jaca es pintor y algún día sus cuadros
alcanzarán la cima del mundo y sus amigos los
veremos tirados en el suelo de La Seo, y trataremos
de comprarlos y no podremos porque no
tendremos dinero suficiente para pagar al vendedor
“conocido y conocedor del artista, doctor
en arte y economía” entre otras cosas.

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