Nos encontramos ante una paradoja que se asienta en el corazón de la España rural. Por un lado, hay muchas personas consideradas “abanderadas” y defensoras del progreso en el campo, los cuales levantan la bandera de la repoblación y la sostenibilidad. Por otro lado, la realidad diaria de nuestros pueblos se vuelve cada vez más inhóspita, haciendo que la supervivencia de los proyectos —ya sean de vida, de ahorro energético, económicos— se convierta en una batalla quijotesca. La crudeza de la falta de servicios obliga a un éxodo silencioso. El adormecimiento de muchas localidades llega a puntos límite cuando, con la llegada del invierno o el fin de la temporada turística, numerosos vecinos se ven obligados a marchar a las grandes ciudades. No lo hacen por deseo, sino por la imperiosa necesidad de acceder a servicios básicos que hoy deberían ser innegociables: sanidad accesible, educación digna y una conectividad decente. Algo se está haciendo profundamente mal cuando la única visión que se tiene de estos territorios es la de una despensa de recursos naturales o un pintoresco lugar de recreo durante el fin de semana. Mientras esta óptica no cambie, el progreso real seguirá siendo un espejismo. La prueba de esta desconexión es palpable: en la convocatoria para revindicar las ayudas del 20% en Teruel, la asistencia fue escasa, casi por obligación de los allí presentes. Es un síntoma claro: cuando la burocracia supera la esperanza, los habitantes pierden la fe en que el apoyo prometido se materializará de forma efectiva. Y aquí, en las comarcas de Daroca y Jiloca, la frustración es doble. Llevamos lo que va de legislatura y los proyectos de nueva inversión anunciados han sido escasos, por no decir nulos. ¿Dónde están, señores dirigentes, las inversiones en empleo y dinamización económica que prometieron? A los vecinos de aquí nos da exactamente igual de qué color político sea la inversión. Nos da lo mismo si viene de una mano o de otra, siempre y cuando venga y genere oportunidades reales. La supervivencia de un pueblo no puede depender de la temporada o de la disponibilidad de recursos para otros. Necesitamos proyectos que generen empleo estable y permitan a las familias desarrollar su proyecto de vida en su tierra. Solo con hechos y no con retórica, podremos mantener viva la llama de nuestros pueblos.

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