Opinión
PLÁCIDO DÍEZ
Periodista
Imágenes como la que acompaña este artículo, tomada en Fuentes Claras, han sido habituales durante el verano en la comarca del Jiloca: 40 municipios, 58 núcleos de población, poco más de 12.000 habitantes, alrededor del 33 por ciento mayores de 65 años y 6 pobladores por kilómetro cuadrado.

Lo más exasperante es que la situación se repite desde hace años por el mal servicio de las concesionarias -desde 2023 la adjudicataria es FCC Medio Ambiente- y por la impotencia de los responsables de la comarca, en la actualidad la gobiernan el PP y el PAR, para garantizar un servicio de calidad que permita ampliar, cuando sea necesario, el personal y las frecuencias de recogida.
Los que están al frente de la comarca conocen de primera mano, como todo el mundo, que durante el verano se multiplican los habitantes y se celebran las fiestas patronales. Aún así no han podido prevenir primero y hacer cumplir después un pliego de condiciones que evite el desborde de los contenedores, las bolsas de basura orgánica revueltas y extendidas con los envases de plástico, con los papeles y los cartones, y con otros residuos que deberían haber ido a los puntos limpios. Esto último apela al civismo y a la responsabilidad individual.
Creo que el compromiso de la mayoría de las grandes compañías con la España despoblada, como es el caso de FCC, es mínimo. Los beneficios los obtienen sobre todo en las concentraciones urbanas. En el caso que nos ocupa, pueden llegar a pensar que total el problema de la recogida de residuos en los pequeños municipios dura lo que dura el verano. La traca final de fiestas, el comienzo de las clases y poco a poco se va diluyendo hasta el verano que viene.
Hay voces que, con buen criterio, reclaman que el servicio se preste desde la cercanía, lo que facilitaría el seguimiento, la interlocución y también la presión comarcal, municipal y ciudadana. No es fácil para las pequeñas y medianas empresas porque hay que disponer de una flota de camiones y de una plantilla suficiente.
En todo caso, en asuntos de salud pública, de calidad de vida y de reputación de los pequeños municipios, deberían haberse movilizado juntos todos los representantes municipales, sean del color político que sean, en defensa de un servicio público que cuente con los medios humanos y técnicos equiparables a los de las ciudades.
Situaciones de días y días sin como las de este verano en la comarca del Jiloca contribuyen a que se generalice la opinión del abandono del rural. Déjenme que utilice el término tal y como lo hacen en Galicia. Suena muy bien. Percepción, la del abandono del rural, que se ha reforzado después de los virulentos incendios de agosto en los que fallaron estrepitosamente la prevención, las comunidades autónomas que tienen las competencias y deberían conocer bien el territorio (el presidente de la autonomía es el representante ordinario del Estado en cada territorio) y una gestión forestal profesionalizada durante todo el año que se anticipe al fuego.
Generalizar siempre resulta injusto porque en el rural hay muchas ideas, mucha energía creativa y muchas cosas positivas. En el rural, por ejemplo, se vive una infancia muy gratificante por la educación personalizada, por el contacto con la naturaleza y con las actividades agrícolas y ganaderas, y por la libertad a la hora de jugar en la calle. Eso sí, con la aparición de los relojes inteligentes para niños -la tecnología penetra rápido en todas las edades y rincones- están localizados y vigilados mientras circulan con sus bicicletas o juegan al escondite.
En el rural hay un gran dinamismo asociativo, una entusiasta y constructiva identificación de la población vinculada, aquella que empadronada o no mantiene una relación permanente con el pequeño municipio aunque esté trabajando o estudiando en Teruel, en Zaragoza, en Valencia, en Madrid o en Barcelona por poner varios ejemplos.
Existe también una variada actividad de formación y de ocio no masificada, gracias a las programaciones de ayuntamientos y comarcas. Y sobre todo la comunicación, la solidaridad y los afectos que brotan espontáneamente en las comunidades pequeñas, especialmente con la personas mayores. Como sucede con nuestros vecinos de Fuentes Claras, Antonio y María, que son un admirable ejemplo de autonomía y de energía ya superados los 90 años. Deberían ser eternos.
Tenemos que sentirnos orgullosos del rural a pesar de episodios en los que, como el de la recogida de residuos de la comarca del Jiloca, falla la gestión de los servicios públicos poniendo en riesgo la salubridad de sus habitantes y dañando la imagen de los municipios durante el estío.
(Publicado en el Diario de Teruel)
