Nos abandonó hace solo unas semanas, sin embargo, ese espacio de tiempo tan breve ya nos pesa. Su imagen, su presencia forman parte consciente o inconscientemente de nuestras vidas fantaseadas, las otras vidas deseadas.
Podría parecer el típico actor americano guapo, pero no, fue bastante más que un seductor estándar.
No me atrevo a descifrar el vasto legado cultural de Robert Redford y su también intensa y comprometida labor como activista medioambiental.
Tampoco recordaré aquí los numerosos títulos, de sobra conocidos, que lo elevaron a la cima de los grandes actores y directores.
Mencionaré, al menos, una secuencia muy valorada por los amantes del buen cine, el reencuentro de Katie y Hubbell al final de Tal como éramos (The way we were), un clásico de 1973, un desenlace que estremece hasta la lágrima.
De dicha película, además de una banda sonora fascinante, siempre me ha conmovido la mencionada escena que habla del poder de convicción y, no menos importante, de seducción de este actor: mientras Barbra Streisand, magnética partenaire, le atusa con mimo, comprendiendo que esta será la última vez que lo haga, su dorado y desordenado flequillo en un vano afán de recomponérselo, él la contempla vencido y embelesado. ¡Ay, Dios, cómo la mira! Qué no daría yo por esa mirada… En tres segundos cabe la más bella historia de amor que fue y aún es, ambos lo saben, aunque sus vidas transcurran ahora por cauces diferentes.
Otras películas posteriores, con historias igualmente hermosas y guiones intrincados, acrecentaron su fama internacional, pero reconozco que esos últimos cinco minutos de tímidas y fugaces palabras me bastan para reconciliarme con mi yo más íntimo. Un grande lo dijo, que todo en la vida es cine y los sueños cine son.

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