A partir de 1239, cuando tuvo lugar el Milagro de los Corporales, se instalaron en Daroca varios conventos de frailes regulares. Mercedarios, Dominicos, Dominicas, Capuchinos, y más tarde Escolapios y H.H.de Santa Ana, fundaron conventos en la ciudad desde entonces hasta el siglo XIX. Sin embargo, antes de esas fechas, ya lo habían hecho Trinitarios y Franciscanos. Estos últimos estaban ya en Daroca en 1237, y aquí se mantuvieron hasta mitad del siglo XIX, con el paréntesis de su ausencia entre 1811 y 1814 en que fueron expulsados por los franceses.
Durante todo ese tiempo, fue el convento con mayor número de frailes y sirvientes. A finales del siglo XVIII rondaban los 35 mienbros. También durante todos todos esos siglos, en el edificio conventual y sus dependencias hubo varias reformas y amplaciones, siendo la de 1683, una de las más importantes, especialmente, su iglesia, dándole ese aspecto barroco que conocemos gracias a un magnífico dibujo de 1783 que se conserva en el Archivo Histórico Provincial de Zaragoza. Es, gracias a ese grabado, el único, de los antiguos conventos, del que tenemos una imagen.
Se trata de un dibujo que además de mostrarnos cómo era el edificio principal nos ofrece muchos datos escritos en los márgenes del mismo, referentes a su ubicación, indicando con letras las distintas dependencias como el panteón o la enfermería, y la distancia entre ellas, el grosor de la pared que lo separa del exterior, la distancia a lugares próximos al convento como la Acequia Molinar y el lavadero, la fábrica o molino harinero de Racho y su vivienda y huerto.
El convento y todas sus dependencias fueron derribados en los años 30 del s.XIX, víctima de las tristemente famosas desamortizaciones, y de el se conservan en el Museo de los Corporales de Daroca varias partes de uno de sus retablos, el de Santa Engracia de Bartolomé Bermejo, aunque según los últimos estudios dicho retablo de Santa Engracia también pudo pertenecer a la Iglesia de San Pedro.
Como ya adelantábamos, durante la Guerra de la Independencia, los franciscanos fueron expulsados de su convento por los soldados napoleónicos para ser utilizado como almacenes y establos, igual o parecido a lo que les ocurrió al resto de monasterios, salvo al de Escolapios.
Tras la guerra, volvieron los franciscanos y pocos años después tuvieron especial protagonismo durante el episodio de cólera morbo de 1834 cuando el hospital del convento, denominado entonces de San Luis, se convirtió en “hospital de coléricos.
En ese hospital fallecería un sacerdote que estuvo atendiendo a los enfermos afectados hasta que él mismo se contagió y murió. Se trataba del famoso cura Judas Hernández, héroe de la Guerra de la Independencia, que había destacado por su valentía contra los franceses en la batalla de Lérida del 23 de abril de 1810.
Poco después no serían los franceses ni ninguna tropa extranjera la que expulsaría de nuevo a todos los frailes de Daroca, si no los propios españoles con la tristemente famosa ley de desamortizaciones de bienes eclesiásticos, por la que franciscanos, Capuchinos, Trinitarios y Mercedarios abandonarían Daroca, esta vez de manera definitiva.
Sin duda, serían muchos los miembros de esta Orden los que destacarían en alguna disciplina a lo largo de esos casi 600 años, pero en nombre de todos ellos quiero mencionar a Pablo Nasarre, un gran organista que fue discípulo de Pablo Bruna y que era ciego como el gran maestro darocense.
El convento, con su magnífica iglesia y todos sus terrenos aledaños, pasaría entonces a propietarios particulares y actualmente, en su lugar, prácticamente en el mismo espacio, se encuentra la fábrica de harinas.

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