EL VIAJE INESPERADO
Clemente Peribáñez
De vez en cuando la vida nos sorprende con horas interminables de lluvia, vivir para ver y para contar litros y más litros de agua. Noé vivió 950 años, un poco menos que Matusalén y debió de ver todo. Algunos con la longevidad normal, a pesar de nuestro esfuerzo incesante por prolongarla, no habíamos visto llover tantos días y tantas noches sin tregua. Ya era hora.
La naturaleza sufrió en el año 2022, “el año del incendio”, llamas que no purificaron, pero son parte del mal-trato que tenemos con Ella. Llamas que se sofocaron en una alianza del viento y del agua, el agua tan imprescindible. Hemos roto el pacto con la naturaleza, hace mucho tiempo, hemos convertido nuestra relación con ella en una simbiosis antinatural. Hay expertos que saben si es tarde o no para cumplir ese acuerdo, en el que como siempre el hombre ha decidido menospreciarla a su antojo.
Ahora, en ese afán de poner nombre científico a todo, tan necesario como seguir llamando a las cosas por su nombre, a que caiga agua de cojones, con un par, o a que este cayendo la mundial se le llama DANA, que así escrito suena a cualquier cosa que ustedes quieran cuando su sonido es el de siempre, el del agua, el de la nieve, el de Ella y sus múltiples caras.
Queríamos agua y la estamos teniendo. Ella ha cumplido su acuerdo, llamémosla como queramos, la naturaleza, la madre tierra, el medioambiente. Ella siempre es mayestática y está por encima de los nombres y de los hombres. Todo esto no es nada nuevo, siempre es así, y nosotros dándole la espalda, engreídos, creídos, y en unas horas ingenieros de caminos, canales y acequias. Nos ha elegido como compañeros de viaje y nos hemos convertido en insoportables mochilas. Cualquier día declara nulo el contrato y nos manda a la mierda con todas las de la ley y elige otros compañeros que no la atormenten, que la dejen en paz. Nos hemos saltado todo el clausulado de nuestro acuerdo con Ella que nos da siempre más de lo que recibe.
Así las riadas y ramblas que agalachan (si no lo recoge la DRAE que lo recoja) y arrastran los destrozos, nos sorprenden y se convierten en un castigo divino, como siempre, pero dice el cura de aquí, simpático y servicial, que igual se ha pasado pidiendo agua y que Dios no ha sido. Esta vez Yahveh no ha llamado a Noé y no van a pagar los pecadores, sino los justos por los pecadores. Genesis 7:1-12. El cura dice que se ha pasado pidiendo agua y Dios sigue con la suya. Voy a rezar en estos días del Santo Cristo y San Miguel que menos puertas al campo y más Confederación Hidrográfica.
Gracias porque la naturaleza sigue viva, no la dobleguemos, no se rendirá nunca y si muere morirá matando. Si la provocamos responderá con mensajes más contundentes, que siga agalachando y ponga las cosas en su sitio. Ella habla todos los días, es clara con sus mensajes, pero la escuchamos de ciento a viento. Nos va diciendo que ella sigue ahí, discreta, inquebrantable, despampanante y resplandeciente, como si se tratara de nuestra amante en libertad, como nos acaban de decir Eva Amaral y Juan Aguirre, “Ahí estás”.
Las aguas vuelven a su cauce, no actúan por capricho, Ella sigue siendo la misma pero escarmentada y de vez en cuando nos canta las cuarenta. Estos últimos días nos está cantado las cuarenta y va a hacer suyas todas las diez últimas que quiera, así no olvidaremos quien manda.
En “El año del diluvio” Eduardo Mendoza nos escribe sobre un amor imposible, sobre la duda, el poder y la necesidad. No somos nosotros los protagonistas de amores imposibles, el amor con Ella es el más posible de todos, si cumplimos nuestro acuerdo seguirá ahí, cuidándonos.
Este artículo se acabó de escribir el 22 de septiembre de 2024.
A veces su majestad La Naturaleza es autoritaria y destructora. Descansen en Paz todos los muertos y desparecidos en el Levante Español y en cualquier rincón de España. Hágase justicia con ellos y con los que allí están.
A 5 de noviembre de 2024, en la semana de su edición.