
Al perder su condición de Colegiata, la iglesia de Santa María de Daroca dejó de tener su Cabildo Colegial con sus correspondientes canónigos para pasar a ser una parroquia más, aunque seguía siendo la principal de la ciudad y cabeza del arciprestazgo, bastante mermado ya a esas alturas.
Desde entonces, la Iglesia y el Concejo darocenses no dejaron de solicitar una dignidad equivalente a la que tuvo durante siglos, para este magnífico edificio donde se custodian los Sagrados Corporales, y el 13 de junio de 1890 el párroco de Daroca, don José Bagüés Vela y el alcalde de la ciudad, don Fernando Pérez Millán, representando al clero y la ciudadanía, hacen una petición solicitando que la iglesia de Santa María de Daroca sea erigida en Basílica.
En el texto se mencionan los acuerdos de 1851, en los que se anula la titularidad de todas las colegiatas, se recuerdan las anteriores súplicas de Daroca solicitando el Honor de Basílica, basándose en argumentos de índole histórico, estructural, artístico, teológico, pastoral, etc.
También se hace referencia a la reciente declaración de basílica a la iglesia de San Lorenzo de Huesca, en 1884.
Esta vez el esfuerzo conjunto del Concejo de la Ciudad y el Cabildo General de las Iglesias no fue en vano, pues finalmente, el Papa León XIII, mediante un Breve Pontificio con fecha del 3 de diciembre de 1890, concedía a la iglesia de Santa María de Daroca el Honor de Basílica.
Como nota anecdótica, comentar que la palabra basílica está directamente ligada a los Corporales desde al menos, principios del s.XV, aunque no precisamente en Daroca, sino en Luchente, donde, tras conocerse el lugar exacto donde se consagraron las Seis Formas, en el Puig de Codol, se levantó en él una pequeña capilla a expensas de la aragonesa Dª María de Vidaure. Algunos documentos al referirse a este lugar lo denominan “Basílica devota de los Santos Corporales”, a donde se procesionaba desde la parroquia de Luchente el 19 de marzo de 1423.
Los símbolos externos de las basílicas son la Umbela y el Tintinábulo, que deben estar siempre a la vista y participar en las procesiones que el templo lleve a cabo, y que tienen su origen en Roma, en cuyas basílicas sus actos y cultos se rodeaban de mayor solemnidad que las demás iglesias, de manera que cuando se sacaba a la calle el Santísimo o había que llevar el viático, se utilizaba una especie de quitasol con los colores papales, que entonces eran el rojo y el amarillo, con los que acompañaban al sacerdote. También se empleaba este quitasol para dar sombra a las más altas jerarquías de la iglesia durante las procesiones (Papas y Cardenales), y precediendo el cortejo, detrás de la cruz, siempre iba un monaguillo haciendo sonar una campanilla para avisar que tras él venía una procesión llevando el Santísimo. La primera referencia de su uso se remonta a 1391 en la canonización de Santa Brígida, cuando los canónigos de San Pedro salieron a recibir al Papa.
Con el tiempo, estos dos elementos evolucionaron en su forma, aunque mantuvieron sus colores originales y se convirtieron en la Umbela y el Tintinábulo, quedando como emblema propio de estos templos en todo el mundo.
A partir de entonces, cuando a una iglesia, por los méritos que fuese, Roma le concedía el Título u Honor y los privilegios de Basílica, al mismo tiempo autorizaba el uso de esos dos objetos en sus ceremonias, y a tenerlos por insignias, con la obligación de colocarlas en sitio visible para hacer patente su estatus ante todos los fieles que acuden a ellas.