La panadería y repostería ha cumplido su centenario aniversario este año 2024

Javier Ateza y Fina Marín elaborando dulces de cabellos de ángel

Desde que Miguela Gómez emprendió su propio negocio de panadería en Calamocha ha transcurrido un siglo y este año 2024 la empresa ha cumplido su centenario aniversario, hoy en día bajo el nombre de Panadería y Repostería Ateza.
Los propietarios actuales son Javier Ateza Muñoz y Fina Marín, quienes han compartido su “orgullo” por poder celebrar esta fecha tan significativa, “y continuar con el legado de mis padres y abuelos”, señala Javier, líder de la empresa familiar desde hace 14 años.
Para él, ser panadero es un trabajo “duro y sacrificado” pero también “creativo, gratificante, diferente”, porque, comenta, “no hay ningún día que sea igual que otro”.
En total, son cinco trabajadores en la plantilla, la cual se amplía en verano. Sin embargo, asegura que es difícil encontrar mano de obra cualificada, “y mantenerla todavía más”, añade.
Su producto es sinónimo de artesanía y calidad, ya que mantienen las recetas tradicionales. “En muchas de ellas se mantiene la original de mis antepasados y hemos ido evolucionando, creando productos nuevos, adaptándonos a los tiempos”, detalla el propietario. Siguen elaborando los productos que cocinaba su abuela “y es lo que más se vende”, dice, como la escaldada y la magdalena.
Ahora también triunfa el chocolate: “Antes no se trabajaba, pero ahora en invierno es el 25 o 30% de la producción”.
El calamochino representa la cuarta generación de la saga familiar de panaderos y puede que la última: “Lo que siento es que creo que conmigo se acaba, porque mi hija no tiene intenciones de quedarse el negocio, de momento”, explica Javier.
Fue su bisabuela quien impulsó la primera panadería de la familia y según fuentes testimoniales lo hizo en 1924. “Documentado está el momento en el que mis abuelos se quedaron la panadería en 1940. Ellos me contaban anécdotas de la Guerra Civil, cuando tenían que tener el pan blanco escondido porque estaba prohibido venderlo, solo se podía integral”, recuerda.
De sus abuelos, el legado pasó a sus padres y sus tíos, y desde hace 25 años a Javier le acompaña su mujer Fina. “Es un oficio que mantiene la tradición, pero integra la innovación porque es necesario actualizarse, renovarse”, comentan Javier y Fina.
Ambos han mostrado su agradecimiento a sus clientes, “porque han sido muy fieles”, aseguran.

Paco posa en el antiguo obrador de la panadería, situado en la Morería

Antiguo obrador
El hermano de Javier, Paco Ateza, también formó parte del negocio familiar y abrió las puertas del emplazamiento original de la panadería, situado en el barrio de la Morería, al equipo de El Comarcal del Jiloca. En la planta inferior, recuerda, sus abuelos cocían el pan, y vivían en la de arriba. “Aquí nos criamos de pequeños hasta que nos trasladamos a la carretera, y se hacía todo manualmente”, detalla.
Trabajó en el horno hasta cumplir 33 años y, todavía hoy, recordar a su abuela y su padre le emociona, porque aprendió el oficio de su mano.

Fotografía antigua de José Ateza, de pequeño, repartiendo el pan

El calamochino José Ateza Gómez, tío de Javier y Paco, formó parte de la tercera generación de la panadería. “Ha sido toda una vida y ha sido duro porque me tocó repartir el pan con 14 años con un triciclo por las calles del pueblo, de casa en casa”, relata. Destaca que trabajaban todos los días del año, excepto dos: Nochebuena y Nochevieja; y ejercían un trabajo completamente manual.
En su etapa profesional, junto a su madre, incluyó otros productos al servicio, como nuevas pastas, que gustaban a su clientela, procedente de lugares como País Vasco o Valencia, entre otros.
Aunque lleva doce años jubilado, José sigue haciendo repostería en casa, “me relaja un montón”, apunta. Ejerció durante 53 años y manifiesta haber estado “muy contento y feliz”.
Ateza representa “una especie en extinción”, describe el actual propietario, Javier. Su deseo es que el negocio tenga continuidad y cumpla, al menos, otros cien años de vida y servicio en Calamocha “porque es necesario y esencial”, defiende.
Su labor es imprescindible para mantener abierta una puerta en la villa, en la que alimentan el día a día y endulzan los momentos más especiales de sus vecinos.

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