Acabo de llegar y ya estoy sintiendo la emoción, esa que sientes
cuando escuchas a la charanga tocar La Sandía.
Me estoy adentrando al pueblo, pero primero tengo que ayudar
a mis padres a descargar el coche. Hace unos años gritaría desde la
planta baja de mi casa: “Papá, Mamá, me voy” y ellos me responderían
“Pero si acabamos de llegar, ¿A dónde vas?”. Ahora, simplemente
se han acostumbrado, saben dónde encontrarme.
Solo os puedo decir que seguramente estaré en la esquina de la
popa calle, sin techo, con un poco de kaos y con un porrón de
historias que contar. Porque si no fuera así, simplemente sería una
pequeña más. Y una vez allí, no os puedo contar demasiado, muchas
anécdotas con un toque de “Sí a todo y a volar”, muchas
primeras veces, muchos reencuentros y muchas despedidas
necesarias para volver a juntarnos otra vez.
Es posible que muchos no me hayáis entendido aún. Pero lo que
quiero haceros sentir es algo parecido a cuando escuchas a Manolo
tocar las 12 campanadas con una paellera o lo que sientes al
ver el bar lleno de gente cuando se acerca agosto.
Bañón tiene muchas cosas maravillosas y no sería lo mismo si
no las compartiera con su gente porque cada una de esas personas
lo hace más especial aún.
Toca despedirme, pero como en una buena verbena aunque pongan
el Flying free, nunca será la última canción. Y sin unos huevos
fritos y un poco de beicon (aunque a veces sea un chuletón),
no me voy a ir.
Hasta el siguiente año.
Una bañonera más.
*Carta publicada en 2024 en la revista Grama de Bañón
LAURA YUSTE MOLDES